SOBRE EL CONOCIMIENTO DEL COMUNISMO POR PARTE DE LA CLASE OBRERA DE NUESTRO PAÍS.

Enrique Velasco

Lenin, entre lo deseable y lo posible: el protagonismo de los trabajadores o la eficacia en favor de los trabajadores.-

Eso no se alcanzó; pero importa reseñar, que había, y hay, una parte del movimiento obrero, que pensaba y entendía que la experiencia no salió bien, pero podía haber salido. Algo falló, pero la idea era buena.

Unas fuerzas armadas, unas fuerzas de seguridad, un gobierno apoyado en una administración competente, todo ello controlado por el partido de los obreros, puede conducir a algo muy parecido a lo que tenemos por comunismo. Y como el camino hacia el comunismo lo hemos llamado socialismo, una sociedad, un país, en esas condiciones se les podía tener como socialistas.

La experiencia rusa, sin embargo, viene a dejar en claro, por el contrario, que la herencia que recibió del régimen zarista el nuevo régimen bolchevique, la empresa capitalista (en la industria), y el campesinado (en la agricultura), siguen siendo el paradigma (el modelo) al que deberá ajustarse la producción rusa en nuestro siglo XXI. Ni fuerzas armadas, ni servicio de seguridad, ni control del gobierno y la Administración, han servido para cambiar lo que había que cambiar: la forma de trabajar de obreros y campesinos.

La razón de ser de estos deslizamientos puede ser el cambio en el punto de mira. Lenin mantuvo siempre en el centro de los grandes debates en el partido y fuera del partido, el cambio en la forma de trabajar los obreros y los campesinos. Sin embargo, en múltiples ocasiones, pasó por delante de este objetivo, otro, menos importante, pero más urgente (y, por lo tanto, en aquel momento y para él, jefe del gobierno, más importante). Acabar con la guerra en la que les cogió metidos al tomar el poder; guerra contra países muy poderosos, y que les suponía una sangría de recursos. Arreglo urgente del sistema ferroviario, que estaba destrozado. Acabar con la hambruna en el campo, ocasionada por la guerra misma y por las continuas revueltas campesinas en los últimos años del Zar. Recomponer un ejército maltrecho y desmotivado. Recomponer todo el tejido industrial, arruinado por la guerra y la propia revolución.

El propio Lenin, recostado en su hamaca, en los últimos meses de la enfermedad que le llevó a la muerte, repasaba todas estas tareas, superadas todas ellas a los cinco años de la revolución. Pero no se le olvidaba la meta principal: el socialismo. ¡Qué poco!, tenía que admitir, ¡qué poco hemos hecho por el socialismo!.

Ahora no tiene urgencias. Ya no es el jefe del gobierno. Ahora puede ordenar por su importancia real las tareas. Y la principal, la esencial, es la que ha quedado prácticamente arrinconada. El hambre, la guerra, la desorganización, a todos estos frentes había que acudir, pero la forma de hacerlo, la forma de trabajar no se había cuidado con la preferencia que ahora podía apreciar.

Y, no obstante tener en su mente, el control por el Estado de los medios de trabajo y la planificación de su uso, como los instrumentos para construir el socialismo; no obstante entender que es así; sin embargo lo que añora como no hecho, y se lamenta de no haberlo hecho, es el apoyo que se podía haber dado a las cooperativas. Esta forma de puesta en común de algunos o todos los medios de trabajo, se le aparece ahora como la que podía haber sido la elegida y protegida por el partido y del Gobierno. No le queda tiempo para nada. La nueva dirección del partido y del gobierno reafirma la colectivización y la planificación por parte del Estado, como los mejores instrumentos para conseguir una sociedad socialista, y ponen al servicio de esta idea el inmenso poder de que disponen.

Stalin y su nuevo gobierno no dan un paso que no digan que Lenin lo habría hecho así. En sus discursos, en sus informes, se utiliza como única autoridad la palabra de Lenin.

Y es que, en realidad, se trataba del mismo partido con los mismos proyectos, con la misma teoría, con los mismo apoyos entre los trabajadores.

Stalin no introduce ninguna novedad en el programa del partido, y no hace sino seguir las líneas que se iniciaron con Lenin en la Secretaria general del Partido y en la jefatura del Gobierno.

Hay que pensar que Lenin y Stalin fueron compañeros de partido largos años, y éste último no fue secretario general sino a la muerte del primero. Este cargo lo ocupó contra la opinión de Lenin, que advirtió por escrito –estaba ya en la cama- a sus compañeros, de que las condiciones personales de Stalin no eran las mejores para un cargo así.

No obstante, sus compañeros lo eligieron y el partido siguió su camino, en la misma dirección que llevaba: colectivización y planificación.

Se puede pensar en una línea de mayor participación de los trabajadores en las decisiones del Gobierno en tiempos de Lenin. Por ejemplo, los campesinos y sus representantes negociaban con el gobierno la cantidad de cereales, carne, etc, que debían entregar al Estado.
 Por el contrario, Stalin colectivizó por la pura fuerza, y los sujetó al cumplimiento obligatorio de los planes redactados por los expertos y los dirigentes del gobierno y del partido.

Esto no nos puede ocultar la fuerza de los hechos. Y estos son: que el Estado era el que tomaba en sus manos la producción (no los trabajadores); que la ordenación del trabajo (la planificación) tampoco era obra de los trabajadores; y que la reproducción en su conjunto, estaba en las manos exclusivas del partido.

Estos rasgos del proyecto comunista lo compartían todos los miembros del partido, incluidos naturalmente los Secretarios Generales. Los ritmos, las urgencias, las maneras concretas de llevarlos a cabo, no permiten pensar en proyectos distintos. Lenin, Stalin, y los secretarios generales que les sucedieron, compartieron una misma y sola experiencia.

 

 

 

Siendo esto así, ¿qué sentido puede tener el “guiño” de Lenin?

Porque, en realidad, no solo se fija en las cooperativas para decir que son el mejor camino hacia el socialismo, sino que se arriesga a decir que son el socialismo mismo.

Hay que aclarar que Lenin está pensando en los campesinos. Y asimismo, que da por sentado que el poder del Estado está en manos de los obreros.

No obstante, no deja de ser un apunte en una dirección que, en definitiva, no se siguió. Y no se siguió porque planteaba problemas que afectaban al conjunto de la revolución.

El partido se propone metas, y sobre todo ritmos de producción, que no concuerdan con los ritmos de la pequeña producción campesina. Hay que pasar, y muy deprisa, a una productividad en la agricultura, que no seria posible con la dimensión de las parcelas campesinas existentes, que no permiten una utilización masiva de maquinaria (tractores).

Estos son los motivos, como vemos, motivos reales, que exigieron la colectivización agrícola que llevó a cabo el partido en tiempos de Stalin.

Sin embargo, aunque la colectivización de la tierra planteara, en primer plano, un problema de ritmos en la marcha de la producción global, hay que advertir también un problema de fondo.

Ciertamente, para crear una industria pesada había que disponer de moneda extranjera para adquirir la maquinaria adecuada, que no se construía en Rusia. Y así mismo, es cierto que la venta de cereales a esos países de moneda fuerte, era el renglón más fuerte de que se disponía en las exportaciones rusas; y la producción de esos cereales no se podía multiplicar sino introduciendo en su cultivo la maquinaria (tractores), lo que, a su vez, exigía una mayor dimensión de las parcelas existentes y la dirección centralizada de sus labores para ajustar su producción a las exigencias de los planes que se iban elaborando.

Sin embargo, todo este planteamiento, como se aprecia fácilmente, no es un planteamiento campesino. Este proyecto, que Lenin proponía a los campesinos, sin que nunca se lo aceptaran, Stalin lo ejecutó por encima del parecer y de la voluntad de los campesinos.

El partido que representaba en mayor medida los intereses de los campesinos, el partido menchevique, era también un partido comunista (socialista), y siempre estuvo en contra de la colectivización estatal de la agricultura.

Y a esto nos referíamos cuando apuntábamos que aquí se planteaban problemas de fondo. Que haya problemas de fondo, quiere decir que hay desacuerdos en la base, en el punto de arranque de la ejecución de los proyectos, aunque se esté de acuerdo en los puntos más importantes de los proyectos.

El socialismo y el comunismo tuvieron, como vimos, un arranque común. Compartida era la práctica, dura y larga, en el movimiento obrero europeo y mundial. Y compartida era la teoría, es decir, el conjunto de enseñanzas que la reflexión, discusión y ordenación de esos hechos, producían en el pensamiento colectivo de los obreros.

Esta teoría es un marco, un cuadro de ideas. O, sea, un marco de representaciones mentales, de imágenes de una realidad. Esa realidad es la vida de los obreros, o sea, su trabajo y lo que con él consiguen para poder reproducirse y poder seguir trabajando.

De esta bolsa sacan los obreros los materiales para montar sus proyectos.

Comunistas y socialistas han sacado su teoría de la bolsa común durante largo trecho del camino, común también.

¿Qué decía esa teoría común?
Los trabajadores con su actividad acondicionan los materiales de la naturaleza para poder aprovecharlos en la reproducción de la vida sobre la tierra. Los trabajadores no dirigen, sin embargo, esa actividad. En cada época histórica, esa dirección se la ha apropiado un grupo no perteneciente a los trabajadores(normalmente representantes de las divinidades- los dioses disponían que unos debían producir y otros dirigir-). En nuestra época actual, el capital se ha hecho con la dirección. Los obreros debemos hacernos con ella.

Eso decía la teoría común. A eso era debido que no se hicieran diferencias entre comunistas y socialistas.

Es verdad que esa teoría, en la forma que se acaba de exponer, aparece todavía en un grado muy grande de abstracción, en trazos aparentemente muy generales. Sin embargo, hoy día, la comparte una parte solo del movimiento obrero. La mayor parte de los  obreros organizados europeos, la socialdemocracia, no tiene entre sus objetivos desbancar el capital de sus puestos de dirección.

Quiere esto decir, que lo que le ocurrió a los comunistas rusos, y que referíamos a propósito de Lenin y la colectivización de los campesinos, no es otra cosa que una curva más en el camino laborioso que los socialistas se propusieron hace siglo y medio en Europa.

Lenin añoraba la ocasión perdida al no haber apoyado el partido, en forma decidida, al movimiento cooperativo existente en aquel momento en Rusia. Debía referirse, mayormente, a las cooperativas de consumo que utilizaban los campesinos para sus adquisiciones de aperos, abonos, y también ciertos productos alimenticios (sal, especias, etc).

En cualquier caso, sorprende la mirada lateral que un dirigente comunista del peso de Lenin, dirige a un instrumento tan “débil”, frente a los métodos “fuertes” preferidos por la revolución en todos los campos de la producción.

Los métodos preferidos, efectivamente, por la revolución fueron la imposición y la fuerza. Y así los usaron para lanzar del poder (fuerzas armadas, gobierno, empresas, bancos) a quien en ese momento lo dirigía. Pero, y esto era nuevo, también los utilizaron contra los trabajadores, los campesinos. Contra los otros trabajadores, los obreros industriales, no cabía violencia alguna, no eran dueños de nada. Los campesinos, sí.

La colectivización y planificación estatales de toda la economía, la llevó a término al partido comunista ruso, en el convencimiento de estar realizando en la práctica lo que indicaba la teoría: los obreros tomarán en sus manos la dirección de la producción, y por tanto, de toda la sociedad.

Y para ello, utilizaron todos los medios que estimaron adecuados.

Era una forma paralela a la utilizada por el capital para lograr la dirección de las sociedades europeas. Solo que el capital se tomó su tiempo (algo más de cuatro siglos, entre preparativos y desarrollo), y el partido comunista creyó poderlo hacer en unas decenas de años.

Atropellar a los campesinos, echarlos de sus tierras, apropiarse de las tierras comunes de los vecinos, han sido prácticas comunes en los países europeos, hasta lograr ahormar al trabajador del campo, adaptándolo a las necesidades del capital (jornaleros, los necesarios; ganaderos, los que necesite la agroindustria; trabajos masivos de temporada, emigrantes). Esto lo hizo, y lo hace, el capital, pero según unos ritmos que hoy llamaríamos “sostenibles” (cuando hay que matar, se mata -en Alemania, en España, en Irak- pero según una medida soportable). Sostenible quiere decir que no interrumpa la producción. El camino emprendido por Lenin tenía en cuenta, como el capital, este tipo de compromisos temporales, parciales, con los campesinos, que permitían, seguir avanzando en el camino de la colectivización sin romper los equilibrios del conjunto.
El capital siempre ha trabajado así en el campo, dando los empujones necesarios en un momento, pero sin comprometer el continuo avance en la dirección del conjunto de la producción.

Stalin, sin embargo, rompió con cualquier compromiso con los campesinos, y señaló como metas incondicionales, la colectivización y planificación estatales de toda la actividad agrícola, utilizando para ello toda la fuerza del aparato de fuerza estatal.

Y aquí aparece con toda claridad el contraste entre dos formas posibles de aplicación de la teoría socialista-comunista. Una, que coloca en el centro de su preparación y realización a los trabajadores mismos. Y otra, que persigue la mayor eficacia, en beneficio de los trabajadores, aunque no se cuente con su participación efectiva.

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